lunes, 30 de junio de 2008

MANIFIESTO COLLAGE


Cada color que está presente en la vida resulta una preferencia, un gusto y un deleite para un individuo, pero de igual forma, también se convierte en una satisfacción colectiva cuando varios individuos comparten el color como el amor y el dolor por lo que produce vida. ¿Y que produce vida? La creación, hemos escuchado ese término presente en todos los actos de nacimiento humano, natural, espiritual, etc. La creación como un eje sicológico del color y de quien lo transforme. Cada cual como camaleón se mimetiza, por así decirlo, con los colores; cada quien pinta su habitación a su gusto; el color lo reconforta lo hace sentir vivo y más allá, lo hace ser. ¿Por que quién no es en la intimidad que le da el color de su habitación? Esa intimidad que permite la libertad de elegir el estado y las tonalidades de su ánimo. ¿Quien juzga la transparencia de un color? Si el alma esta cobijada de transparencias y ellas no permiten que esta escape ni que se fugue el color que le invade. Las transparencias, las tonalidades, los matices como el propio color son y hacen parte de la vida; ellas regalan realidad a la existencia, y aún más le agregan placer. Placer como un deleite activo o una acción que estructura la forma en que se concibe a uno mismo dentro de la propia vida, para que esta pueda ser disfrutable, placida pero jamás complaciente, puesto que la vida complaciente es una existencia amañada, como un vehículo automático dispuesto de muchos conductores que te llevan por donde quieren, llena de facilismos o dificultosos atajos de inmadurez e inactividad. La naturaleza del color enseña que la acción es en sí un cambio producido desde adentro, en el interior de lo que la contiene, del tallo, el cuerpo o la estructura que se apropie de la existencia, pues hay quienes les importa un pito ver el mundo gris y despreciar el terracota en donde seguros terminaran sepultados en la inconsciencia de que este contiene color y vida y de que hay que apropiárselos para producir cambios estructurales que permitan seguir sintiéndonos libres de elegir el color de nuestra habitación o el de la vida que deseamos vivir.
Hemos desaparecido de los escenarios del color y nuestra forma indeleble y poco maleable se retuerce entre fierros grises, llenos de oxido que algunos llaman amarillo; amarillinoliento, como un odio desgastado, oxidado; odio fecundado produciendo huevecillos en la mente de los individuos más sensibles a la insensibilidad, pero está penetrando a todos, incluso a la naturaleza, por supuesto que no por su propia determinación, sino obligados por una autónoma venganza del órgano vital que lo exige: el espíritu de los objetos animados y la extensión de sus inanimados requieren un cambio. Sin embargo el revestimiento cultural ha conducido a los cuerpos y a la propia existencia a caminos de cambio erróneos, consumados de violencia o aceptación de esa violencia que han unificado el color y le han robado su accionar; ahora vivimos reclutados en atmosferas grises donde se nos obliga a aceptar la muerte en blanco y negro como un ritual lógico de nuestro tiempo.
Volviendo a la creación como noción existencial de cambios estructurales, los pensadores, los artistas y su extensión universita de humanos y naturas sensibles poseen aún un margen de error en este paulatino encadenamiento de lógicas irracionales en que está envuelto el mundo hoy y sus instituciones corruptas que pretenden apoderarse de los recursos humanos y naturales en beneficio de poderosos superhombres llenos de ego y codicia, en detrimento de la naturaleza y su rumbo derivado en historias de caos y desorden.
Sin embargo ¿qué hay de la creación sin caos? Si el caos es el respiro que se brinda la creación a sí misma para renovarse y superar su contexto caótico, quitándose superficies arqueológicas y discursos longevos que forman una gran y densa capa para la forma renovada. Quizá de las mismas cosas que observaron con asombro los grandes hombres y genios de antaño. Muchas irresolutas. ¿Y para que resolverlas? ¿Acaso tiene algún sentido práctico para la vida resolver los engaños a los que estaremos expuestos a justificar con hipótesis y teorías? En las mentes humanas se ha rechazado la idea del alma de la naturaleza: la acción. La acción de crearse a sí misma, -por ejemplo, una planta que cumple este ciclo sin ningún porqué- y de recrearse hasta el abatimiento y posterior transformación que da origen a una nueva creación; renovación cíclica que hemos entorpecido en nuestras codicias. Pretendemos dominar el color y las formas que se presentan como almas naturales a nuestro alrededor y que jamás nos pedirían una explicación filosófica o científica de nuestra razón de existencia, porque de nuestro ser si la exigen. Como nuestros indígenas que rinden cuentas de la razon de su ser con la naturaleza, pidiendo el permiso para su transformación no al estado sino a esos colores y formas de que la naturaleza está provista y que en su infinita bondad, a un mismo tiempo, nos provén. En estados de ritual de alteridad queriendo entablar diálogos con su primera madre. Nos justificamos como artistas para entrar a moldear aquellas almas pero ¿Cuándo nos justificaremos como seres sociales? Como en su humilde sabiduría propone Antonio Caro, artista por azar, según el mismo, pero hombre desprovisto de ese ego gelatinoso de artista y aún más de intelectual, vestido con un alma natural jactándose de estar desnudo en una sociedad donde todos procuramos ocultar nuestras “vergüenzas”. Hombre sencillo Caro, pero ingenioso y de pocas palabras y demasiadas ideas de acción. Caro, denominado como uno de los mejores Artistas Conceptuales que ha podido tener Colombia, es uno de los hombres que ha visto en la creación la acción de la creatividad; un hombre que ha visto en el color y sus formas la posibilidad en cada ser humano de poder ser en la tierra, o sea, una razón; el objetivo común, el punto de encuentro en esa tan anhelada unidad, en ese Collage que aún no es el mundo.

Lamparum

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Maparum